"Las canciones son pensamientos que por un momento paran el tiempo. Escuchar una canción es escuchar pensamientos" (Bob Dylan).

Hay canciones que son poesía pura. Poesía en la voz de un trovador. Trovador fue, es, y lo será Bob Dylan. Al cantautor norteamericano le ha sido concedido el Premio Nobel de Literatura. Merecida distinción, pese a las diatribas formuladas por algunos indoctos críticos.

Me apasionan sus canciones ya desde mi juventud. Tiempos aquellos en el que la poesía musicalizada de Bob Dylan representaba un himno en contra de la alienación, que teorizaba desde California Herbert Marcuse. Vivíamos en la España del blanco y negro, la del NO-DO, cuyo actor principal era Franco inaugurando pantanos. El país que mezclaba tales colores para vestirnos del gris del tergal Tamburini, gris como aquel cielo gris, que en Compostela se teñía de un húmedo gris marengo, en la larga noche de piedra. De gris también eran los uniformes de aquella tropa que, con tanto entusiasmo, golpeaba a discreción a la protesta vestida de grises anoraks, piumas d'oro y trenkas.

Nos hacían libres, no teniendo derecho a la libertad, las trovas de Joan Baez y de Bob Dylan. No nos importaba la letra vernácula de aquellas canciones. Ciertamente, acertaba Voltaire al sentenciar que es imposible traducir la poesía como tampoco la música. Alegábamos que los tiempos estaban cambiando, sacudiendo ventanas, vibrando paredes ("The times they are a a-changing"). Las respuestas las encontrábamos flotando en el viento ("Blowing in the wind"). Era viento de poniente, que arrastraba voces antibelicistas ("Masters of war"). Eramos como piedras rodantes ("Like a rolling stone"). Vivíamos como jóvenes que éramos de la esperanza. Yo rodaba, entonces, y aún sigo rodando, hasta que el río que me arrastra me pose en la mortaja profunda de la mar.

El Nobel me ha rebelado contra la senectud, del dicho del que la vejez vive del recuerdo, en disensión, pues, de lo que afirmaba el poeta inglés George Herbert. Me contemplé en el espejo. Me dije a mí mismo, no soy viejo, solamente que he madurado en una sempiterna juventud ("Forever young"). Las arrugas no nacen con el tiempo, son surcos que labran tu corto o largo camino vital, asfaltado de cantos rodados, de inestables arenas. Un camino en cuyas cunetas irán floreciendo las canas y no amapolas. Hoy, jóvenes y no jóvenes, escuchan como tararean música y letra de Dylan. El Nobel a Dylan es el fruto de una madurez esperada, que jamás arribará a la vejez caduca. Gracias, Bob, por tu música, por tu poesía.