Reflexionaba mi hija pequeña comentándome que cada vez vivimos más interconectados digitalmente y desconectados personalmente. Esta sentencia, por parte de una niña de catorce años, me generó no poca desazón. Digo esto, porque chavales, jóvenes y no tan jóvenes eligen como forma prioritaria de relación juegos violentos en red, si son hombres, y redes sociales, si son mujeres. Esto, obviamente, no es una fórmula universal, a pesar de que si se puede constatar como cada vez participamos menos de actos sociales que requieren de nuestra presencia física. Es como si poco a poco nos estuviésemos convirtiendo en personas aisladas en una burbuja sin la necesidad del contacto personal: algo muy parecido a la conducta de un autista; aunque por desgracia, con la maldad que ellos no conocen. Este futuro de desconexión humana nos conduce a la falta de un diálogo verdadero amparados en la seguridad de nuestros caparazones. Si miramos los diarios veremos el fracaso de las negociaciones entre rusos, americanos y sirios; entre miembros de un mismo partido, entre un partido que hará lo que sea para gobernar sin la necesidad de dialogar. Nos podríamos preguntar el porqué, pero sería engañarnos porque todos sin excepción conocemos la respuesta: acordar, consensuar, ceder, entender... Dialogar forma parte de una respuesta que solo se puede dar si hay un interés sincero para hacerlo . Y todos sin excepción sabemos, también, que requiere de un esfuerzo, requiere de la necesidad de creer en el otro antes de que él crea en nosotros.

"Cuando hay diálogo verdadero ambas partes está dispuestas a cambiar" -Thich Nhat.