Ya nunca podré hacerme esa pregunta, ya nunca sabré qué habría sido, ya nunca sentiré todo aquello que me ha sido robado sin tan siquiera haber tenido la oportunidad de defender mis sueños, mi futuro; mi propia vida. Ahora, únicamente el recuerdo de todo lo que pudo haber sido y no fue es lo que soporta mi enquistado dolor, corroyéndome en la desesperanza de un futuro tan cierto como el pasado ya vivido. Ahora, seguiré soñando con que mi vida pudo haber sido otra si mi madre hubiese soportado la lucha dos años más de universidad. Ahora? ¿qué es lo que me queda? La soledad y la desesperación. La enfermedad me ha robado su amor, y la vida que todos construimos me privará de aquello por lo que tanto habíamos luchado en el olvido de un padre que nunca lo quiso ser: el sueño de una titulación universitaria, de un máster. Tan solo la ira de la injusticia hará que me levante en recuerdo de los esfuerzos y desvelos de la que me dio la vida, de la que me dio todo aún cuando el cáncer le iba robando la vista, las palabras, la fortaleza.

Por desgracia esto es una historia muy real.