He tenido el gran placer de presenciar a través del Canal 24 horas el maravilloso, extraordinario y emotivo encuentro en Cartagena de Indias entre el comandante de las FARC, Rodrigo Londoño, y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, con motivo del histórico acuerdo de paz concertado que acaban de firmar entre lágrimas y aplausos. Tanto el comandante de las FARC, como el presidente de Colombia han tenido la grandeza de llegar a este acuerdo tras 52 años de enfrentamiento y muerte. Este hecho tan trascendental merecía el escenario tan hermoso en el que se firmó la paz.

Jefes de Estado de diferentes países latinaomericanos, el secretario general de las Naciones Unidas, el Rey emérito de España, Juan Carlos I, y una representación de la sociedad colombiana, todos vestidos de blanco y la paloma como símbolo de paz y confraternidad entre los pueblos, se reunieron en Cartagena de Indias.

Y este gran logro se debe a Cuba y a Noruega. Cuba que ha estado por más de 50 años sometida a un bloqueo económico y político y que ama la paz y Noruega, un país lejano en la distancia pero cercano en el corazón de los colombianos. Gracias al esfuerzo de estas dos naciones podemos hoy derramar lágrimas de alegría por la paz lograda.

Que este ejemplo cunda en esos países que viven de la guerra y convirtamos las armas en campanas de alegría y en progreso y libertad. ¿Y qué podemos decir de la Iglesia?, ¿En dónde ha estado durante esta conflagración de 52 años de muerte y miseria, máxime siendo Colombia para la Iglesia la reserva espiritual de América latina? Ningún Papa en estos 52 años de conflicto ha intervenido seriamente para que se lograra la paz.

Solo con bonitas palabras hablando de paz y de pobreza no se resuelven los problemas, ni con hostias y bendiciones, sino actuando y no invocando.

Haced más, no decid.