Decía Facundo Cabral que la mujer más bella, la más hermosa, se llama libertad; tan bello como cierto. Cada individuo tiene el sagrado derecho a ser libre y, por consiguiente, hacer aquello que en cada momento le apetezca o considere bueno para él o sus fines, siempre y cuando tal ejercicio no suponga una invasión del de los demás.

Si los rumores que hablan de la posible venta del R.C. Celta son ciertos, sepa que somos muchos los que no solo aceptamos su decisión y, además, la respetamos profundamente, sobre todo porque se ha ganado usted sobradamente el derecho a descansar de tan fantástica y ardua labor.

Ahora bien, los mismos actos, por legítimos que estos sean, pueden tener diferentes connotaciones en función de la forma de ser llevados a cabo. Por ello, y al margen del pésimo momento elegido para hacerlo público, resulta muy preocupante que el posible destinatario sea alguien que solo busca beneficio rápido y sin más connotaciones que las que emanan de las normas del mercado; el Celta no es una mercancía.

Con independencia de cual sea su decisión final, seguimos siendo muchos los que le consideramos a usted como el mejor presidente de nuestra historia; lo consideramos además uno de los nuestros y le estaremos eternamente agradecidos por su trabajo, entrega y abnegada dedicación, pero por desgracia en este mundo indolente y mercantilizado que nos ha tocado vivir la línea que separa el bien del mal es muy delgada, de tal forma que una mala decisión puede echar por tierra el trabajo de una vida y el sentimiento de toda una ciudad y una región. La historia, que es cruel y nada perdona, o incluso las generaciones venideras que nos sucederán a usted, a mí y a quienes piensan como yo podrían considerar a quien dejó a nuestro sentimiento, nuestro símbolo y el emblema que más nos ha unido en manos de un vulgar fondo de inversión como el peor presidente de la historia, lo cual sería tan injusto como posiblemente cierto.

El patrimonio emocional que envuelve a nuestro Celta está por encima de todo, no tiene precio y no puede ser echado a los leones del circo en que se ha convertido nuestra vacía y efímera existencia.

Es usted libre, vive en un país libre, creo además que es una buena persona y estoy seguro de que un celtista de corazón, y es por esto último por lo que creo que, con independencia de los motivos que le han llevado a tomar este camino, piense en el irreparable daño que una mala elección puede causar a la ciudad, a la región y a las miles y miles de personas que consideramos al Celta un sentimiento y un vínculo. Le aseguro que no me gustaría estar en su pellejo en estos difíciles momentos, ya que estoy seguro de su amor al Celta y doy por hecho que existen sobrados motivos para que actúe de esta forma, pero sepa a su vez que seguimos aquí, con usted, y que mientras capitanee nuestra nave permaneceremos a bordo.