Los teólogos de la Asociación Juan XXIII tiran de la manta tras la celebración de su congreso anual y dejan con el culo al aire a la Iglesia Católica por su actitud ante el problema de los refugiados.

Les lanzan a los obispos y por añadidura a la Iglesia oficial, al Vaticano, al Papa, graves acusaciones ante una actitud que no debieran tener cabida en los representantes del cristianismo. Son los obispos acusados de racistas e insensibles, alejados del Evangelio de Jesús. Les recriminan no solo el mirar para otro lado, sino además condenar a los refugiados, llamándoles invasores, o hablando de trigo limpio, todo ello desde sus privilegios, que son tales, que se saben impunes jurídicos. Esta autocrítica de un sector más coherente de la Iglesia no hace otra cosa que dar visibilidad a lo ya sabido, pero que se procura negar y enmascarar con hipócritas discursos, o actos de marketing, como cuando Francisco se trajo 16 refugiados al Vaticano. Acusan también los teólogos al Gobierno, por inacción y ven la única salida en la sociedad civil a la que las leyes les deja poco margen de maniobra y a la que anima a cuestionar a sus dirigentes.

Yo concluyo que esto es pura verdad y el que pretenda hacer una lectura positiva del papel de la Iglesia ante el problema de los refugiados y se le llene la boca con absurdos argumentos, mientras pasa el tiempo y no se resuelve, es simplemente que no quiere ver la evidente verdad, en este caso la maldad.