Despertador, luz, niños, desayuno, coche, carreras, colegio. Un nuevo septiembre comenzaba para Ester atosigada por el trabajo y la vuelta al cole de sus hijos. Todo era estresantemente normal: la tarjeta de crédito estaba que echaba humo y desde internet buscaba las mejores ofertas en ropa, libros, comida?

Cada vez debía perderse menos en las miles de webs ofreciendo lo mismo a un precio más competitivo. Cada vez, la pantalla, como por arte de magia le mostraba cosas que no había buscado pero, que al final, siempre le terminaban resultando de interés. Al principio no le dio mayor importancia, hasta que un día, de forma casi aterradora, el ordenador le recomendaba ropa para bebés; hacía dos semanas que únicamente ella y Héctor, su marido, sabían que serían padres de un tercer hijo. ¿Cómo era posible? A unos cientos de kilómetros un bróker de datos, rastreaba con un algoritmo la red, para vender los datos posteriormente. Era fácil, a veces tanto como acceder a las tarjetas de fidelización de un supermercado y ver cómo el consumo de alcohol había descendido y el de lácteos aumentado. El siguiente paso sería ir condicionando el voto de cada huella de vida rastreada.