Después de la gran manifestación en Caracas, los venezolanos merecen que el mundo haya conocido en directo cómo se comporta un país empobrecido y sometido por una falsa revolución. La oposición jamás ha llamado a la violencia, jamás ha actuado desde la clandestinidad o la ilegalidad.

La Mesa para la Unidad Democrática, no siempre suficientemente cohesionada, ha ido diseñando una estrategia reformista, alejada de la confrontación y consciente de que Venezuela sigue siendo una sociedad dividida.

No bastan las declaraciones formales y tampoco las misiones mediadoras si el mundo libre no es capaz de hablar claro y forzar al Gobierno de Maduro a cumplir con el mandato constitucional.

Venezuela se ha convertido en un símbolo de resistencia política y es a los venezolanos a quienes corresponde el derecho a decidir cómo quieren ser gobernados y quiénes quieren que les gobiernen.