Si le preguntamos a nuestros alumnos si les gustaría tener a su padre o a su madre como profesor, me atrevería a decir que una mayoría aplastante diría ¡no! y eso tiene una clara explicación y es que el rol de padre y el de profesor son distintos y cada uno de ellos complementa al otro. Los principales entornos del desarrollo infantil y adolescente los constituyen el contexto familiar y el contexto escolar, es por lo que las relaciones entre ambos son de vital importancia.

La participación real y colaborativa de la familia es una asignatura pendiente en los centros educativos. Nadie duda que familia y escuela tienen que trabajar al unísono, pero lo cierto es que no siempre los padres lo entienden de ese modo y acaban colocándose "enfrente" en vez de "al lado" y muchas veces los caminos de colaboración que escogen en vez de aunar en la misma dirección y sentido lo hacen en sentido contrario.

Es recomendable que los padres conozcan al profesor de sus hijos y que trate de tener una relación normal y cordial con él, es preciso acabar con la tensión que a día de hoy se ha generado en los centros educativos de nuestro país en lo que respecta a la relación de los padres con los profesores de sus hijos. No es entendible el clima de tensión que muchas veces se genera, debe asumirse que el aula es cosa del docente y debe ser el lugar donde realice su trabajo sin ningún tipo de presión ni coacción. Muchas veces nos preguntamos los docentes porque estos mismos progenitores que se inmiscuyen en nuestro trabajo no lo hacen en el de otros profesionales, nadie se imagina a un papá/mamá diciéndole al médico cómo debe anestesiar, dónde debe aplicar el bisturí, dónde suturar, que recetar... y eso es aplicable a los distintos profesionales que a lo largo del tiempo trabajan con sus hijos. Aunque quizás tenga una explicación gracias a la teoría basada en hechos científicos, que concluye que "en este país todo el mundo entiende de fútbol y de educación".

Nos encontramos con padres que descalifican la labor de los docentes en lugar de exigir respeto hacia su figura y hacia el centro educativo en el que estudian, no es fácil de entender a no ser por ese conocimiento que tenemos de que muchos consideran el aula un simple "aparcamiento de jóvenes" sin otra responsabilidad que sea la de formarlos y educarlos. No se dan cuenta los padres que nos están exigiendo al profesorado algo que ellos mismos no son capaces de conseguir. Siempre recuerdo, en mis conversaciones con algunos padres, la famosa frasecita "no puedo con él" y yo quedarme pensando y decir "pues mire usted yo tengo que poder con el suyo y 25 más y qué poco valora usted nuestro esfuerzo".

Más allá de las diferencias lógicas, la crítica frontal a nuestro trabajo acaba socavando la eficacia formativa e impide una colaboración sincera y eficaz entre padres y profesores. Necesitamos padres que tengan capacidad de autocrítica, que estén abiertos a la opinión ajena y que no cierren filas de forma incondicional y superprotectora con sus hijos concediendo una confianza básica al profesorado. Está demostrado que donde hay una relación relajada y de confianza entre docentes y padres, los resultados son mejores. Por otro lado, y como diría un buen torero, cambiemos de tercio y pasemos a ver la participación de los padres desde la perspectiva de las Ampas, entes cada vez más politizados que alejan sus fines de lo que es verdaderamente importante y central: la educación de sus hijos pasando a un papel secundario y centrando la mayor parte de sus recursos, energías y estudios a una función "policial" que tiene nula incidencia en la formación de sus vástagos.

La participación real y efectiva de familias y Ampas es hoy una asignatura pendiente en la mayoría de los centros educativos de nuestro país, nadie duda que familia y escuela deben trabajar de forma conjunta, pero parece que la mayoría de las veces en vez de cruzar esfuerzos lo que hacen es caminar en líneas paralelas que no conducen a ningún lado. Hoy por desgracia se va afianzando y va calando en la sociedad un mensaje muy peligroso que recalca que "lo que no se puede resolver a nivel de la propia sociedad y de la familia que lo solucione y se haga cargo la escuela", como si la escuela fuese un cajón de sastre en donde todo se tiene que solventar. Esta falta de apoyo de los padres que sentimos, agravada por la falta de apoyo de la Administración y por la incomprensión de una sociedad cada vez más anestesiada nos lleva al final a un pensamiento, que nunca llevamos a cabo por nuestra vocación, que es tirar la toalla y que renunciemos a la esencia de nuestra profesión que es educar.

No me gustaría cerrar esta reflexión sin citar un proverbio africano que escuché no hace mucho tiempo que dice: "Para educar a un niño hace falta la tribu entera".