Alguien dijo en una ocasión que los gobernantes son el fiel reflejo de su pueblo. No voy a ocultar lo mucho que esta frase me molesta, pero, al mismo tiempo, considero demostrado que después de lo visto y vivido es tan cierta como dura. No podemos ni debemos ocultar que los españoles somos atípicos, pícaros y amigos de la trampa y el engaño; y que la seriedad no forma parte de nuestras cualidades como pueblo.

Quienes hoy nos representan, amigos de privilegios y prebendas sin límite, hablan sin cesar de cambios y reformas que condenan a sus representados, pero que al mismo tiempo mantienen su abusivo estatus sin que ello provoque el menor remordimiento en sus pérfidas conciencias.

El CIS publicaba recientemente los resultados de las encuestas sobre intención de voto en unas hipotéticas terceras elecciones, en las que como todos bien sabemos, poco o nada va a cambiar. Yo no sé si habrá o no terceras elecciones, lo que si sé es que por un lado, nos encontraremos ante una situación igual o muy parecida a la actual. Por otro, entiendo que sería del todo inadmisible, además de amoral y carente de toda lógica y toda ética, que los distintos partidos presentasen a los mismos candidatos, es decir, a aquellos que no han sido capaces de llegar a acuerdos ni lo serán.

Si hay terceras elecciones, no podremos votar a quienes ya ha demostrado sobradamente que son incapaces de de garantizar un gobierno de mínimos que sea capaz de restablecer la soberanía perdida, un plan de futuro más allá de la hostelería y la construcción, de restablecer la independencia de los distintos poderes del Estado y de hacer responder a los responsables, sean quienes sean y piensen como piensen, de los gravísimos actos de corrupción que nos persiguen, asolan y asombran.

Efectivamente, los gobernantes son el reflejo de su pueblo, pero entiendo que a estas alturas se han pasado de frenada y han ido mucho más allá de toda lógica, haciendo que los grandes defectos de su pueblo, que no son pocos, parezcan minucias de poca monta si los comparamos con sus actos.

No podemos, ni debemos permitir que nuestro Estado de derecho se convierta en lo que ya parece, un estado bursátil y de mercado en el que todo vale.

Señores Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, o se arreglan, ya no importa como, o se van. Yo, personalmente, prefiero lo segundo.