Este es el título de una canción de Joan Manuel Serrat que, allá por el año 68, regalé a la que parecía iba a ser mi suegra y que por circunstancias de la vida luego no lo fue. "Te levantarás despacio poco antes de que den las diez y te alisarás el pelo que con mis dedos deshilé?" Les recomiendo escucharla o mejor leerla a aquellos que no lo hicieron y sabrán de lo que va el tema. Pero es en lo que se refiere al título lo que a mí me acontece en torno al Cristo de la Victoria porque es lo que realmente me pasó hace ya de esto un par de años y, como quiera que deseo volver por eso, lo saco a relucir ahora. Les cuento: soy devoto del Cristo desde aproximadamente la fecha de la canción de Serrat, aunque calzo ya los sesenta y siete, pero por motivos de trabajo de mi padre, por aquel entonces, vivimos muchos años fuera de esta ciudad en la que por cierto nací en el barrio de Casablanca, pero eso importa poco.

Asistía todos los años a prácticamente todos los actos de la semana grande del Cristo, novena en muchas ocasiones, siempre y cuando mi trabajo me lo permitía, procesión a la que acudí descalzo (una promesa) en algunas ocasiones y sobre todo el descenso de la cruz, acto que me emocionaba; creo que como a todos los fieles, mucho. Hablo en pasado porque el año que pasó no acudí por el siguiente motivo. En 2014 fui con mi hijo a presenciar el descenso desde el atrio de la iglesia y luego esperé a que llegara mi señora que, como trabajadora de un centro comercial, en este caso de la alimentación, al igual que la mayoría de comercios o fábricas como Citroën, por poner un ejemplo, salen a las diez de la noche (mejor dicho, cierran a las diez de la noche), para realizar el besapiés, una vez el Cristo ya descendido, pero cuál fue mi sorpresa que cuando sobre las diez y veinte llegó mi señora, que por cierto vino a la carrera, unos señores vestidos de negro-gris, no sé si son curas, semicuras, diáconos o qué sé yo, y aunque el Cristo seguía en el pasillo central de la colegiata, y por supuesto todavía en posición horizontal, es decir sin haberlo ascendido al carro-trono que lo transporta en la procesión, me dijeron que el acto se había terminado, y aunque insistí un poco y expliqué el motivo de la tardanza, fueron inflexibles. De ahí (por el cabreo) fue el motivo de no acudir el año pasado.

Por motivo de mi profesión, aunque ya me jubilaron, conozco al padre Cuevas, ahora Monseñor, seguro que con todo merecimiento, que aparte de sacerdote es también periodista y le comenté el "tema". No sé si se preocupó por el caso porque seguramente sus ocupaciones, que son muchas, le dejan poco tiempo libre, pero mucho me temo que todo cayó en "saco roto", aunque espero que no porque este año, ahora dentro de muy poco, quiero volver a retomar el tema. No me van a hacer perder la fe aunque con la Iglesia me haya topado. Lo intentaré y luego, siempre y cuando este prestigioso periódico me lo permita, se lo cuento, lo prometo.