Hace exactamente tres meses despedíamos a nuestra madre, tras 19 años de lucha contra el cáncer. Durante estas primeras semanas de duelo, y mucho antes de su muerte, me he sentido en deuda moral con los profesionales que nos acompañaron durante aquellas últimas semanas, las más tristes de nuestras vidas. Su sola presencia despertaba en mi madre, cada día, una sonrisa limpia, muy viva, de agradecimiento y de confianza. Le hacían olvidar por un momento los dolores y los miedos, los calmaban con la esperanza de sus palabras y sus consejos, hasta hacernos olvidar, por momentos, la gravedad de la situación.

Acompañaron a mi madre en el sentido literal, cogiendo su mano de la manera más auténtica, humana -y sobrehumana a la vez- con ternura y profesionalidad. No era tanto lo que hacían, que también, sino el cómo lo hacían. La profesionalidad y la humanidad llevadas hasta la excelencia.Decía el Dr. Jovell, que fue médico y paciente, que él ya aceptaba que no le podían curar, pero que no entendería que no le pudieran cuidar. Pues bien,a mi madre la cuidaron y acompañaron. Le ayudaron a caminar por ese último viaje vital,desconocido para todos.

En realidad, nadie nos enseña a afrontar la muerte, la propia o la ajena, pues desde niños vivimos, casi siempre, de espaldas a ella, y solo cuando llega nos damos de bruces con el vacío y la ausencia, con la tristeza más triste entre todas las tristezas.

Gracias al servicio de Hado del Hospital Álvaro Cunqueiro, en especial a Caty, Jose Antonio y al resto de profesionales que cuidaron a nuestra madre durante aquellas semanas de angustias y miedos. Porque acompañando a mi madre también nos acompañaron a nosotros, su familia, llevándonos también de la mano en ese duelo que empezábamos a vivir sin ni siquiera saberlo.

Gracias por dignificar la enfermedad y la muerte, por dignificar su propia profesión y por trazar con su buen hacer, el sereno comienzo de nuestro propio duelo.Estaremos agradecidos de por vida.