Sirva la presente para denunciar un tipo de violencia a la que no siempre se presta atención en los medios de comunicación. Leemos o escuchamos casi todos los días acerca de algún caso de violencia, sobre todo de género, de acoso escolar, también laboral. Palabras como mobbing o bullying se han vuelto familiares dentro de nuestro argot cotidiano, aunque no se sepa lo que significan exactamente.

Pero muy rara vez se hace mención del maltrato a los mayores. De las presiones que algunos padres o madres, que son ahora abuelos, sufren de sus propios hijos. Se les presiona para seguir medrando a costa de ellos, sin tener para nada en cuenta sus posibles patologías, su vida pasada, sin perdón y a costa de todo. Sin afectividad ni respeto al fin. De forma inmisericorde.

Algunos resisten o subsisten como pueden. No les dejan ver a sus nietos, no les dirigen el saludo, se aprovechan del patrimonio familiar€

Muchos se sumergen en el aislamiento, temiendo siempre acabar en un asilo, tirados de cualquier manera. Palabras como perdón o gracias, comprensión o empatía, parecen no existir en unos cerebros desaprensivos, soberbios y -en definitiva- poco inteligentes.

Pues como decía Hermann Hesse en su libro "Siddharta", que narra la leyenda del barquero, la vida es como un río que pasa y unas veces se hace un viaje de ida y otro de vuelta. Solamente hay que esperar a cruzarlo de nuevo.

Y es que los que hoy se consideran jóvenes desalmados y prepotentes, pronto también llegarán a esa edad en que las personas se plantean todas las incógnitas, no sin antes hacer balance de la propia vida. De la propia y de la ajena, sobre todo de los que le rodean.

En el mejor de los casos, además de los viajes del Imserso u otras actividades que la fuerza de voluntad que cada uno tenga, a algunos nos queda una capacidad de resiliencia. Término parecido a resistencia, aunque más.

Y con un poco de suerte, seguiremos haciendo de nuestra vida un cuadro de colores, en un acto de rebeldía o supervivencia. A pesar de las críticas ajenas. Y continuamos el sendero de la vida con nuestra mochila puesta, subiendo una y otra y otra cuestas.