Nada positivo, aparte de dilapidar el dinero. Mientras que sigue llenándose el Mediterráneo de cadáveres, la Unión Europea, en lugar de coger el toro por los cuernos, se lo da a países novilleros, de gobiernos frágiles, con dudosa democracia y escasos recursos; incapaces de lidiar a vaquillas de feria en sus propios territorios.

En países como Grecia o Turquía malviven miles de refugiados en campos de condiciones infrahumanas: sin alimentos, agua, medicinas, higiene, etc. La solución que propone la Unión Europea es sobornar a esos países con millones de euros, que aceptan y distribuyen sin ningún control ni criterio, con una dedicación completamente diferente a la prevista. Esto no solo no resuelve el problema, sino que lo acrecienta y sirve de rampa de lanzamiento para que países de otro continente, como África, soliciten también fondos, que sirven únicamente para seguir exportando carne humana, principalmente al gran cementerio marítimo.

Los gobiernos de los países más desarrollados de la UE tratan de evitar por todos los medios que esos maltrechos cuerpos errantes pisen sus campos, y ya no digamos sus ciudades. Con frecuencia vemos cómo algunas almas perdidas que consiguen colarse son maltratadas y, en su mayoría, devueltas a cualquier lugar para que no 'infecten' sus líneas fronterizas. Otro de los "proyectos estrella" de los illuminati europeos es construir, como en Sudán, campos de refugiados, nombre que intenta eludir su verdadero nombre: campos de concentración. Pero, ¿qué solución de futuro es encerrarles en esos campamentos? Únicamente esperar a que poco a poco mueran de inanición, o que huyan en busca del maná divino.

Como parche transitorio es aceptable, pero hay que ofrecerles un futuro estable con el que puedan rehacer sus vidas. Algunos creen que esta diáspora es temporal, que cuando cese la guerra en Siria, Irak o Palestina se acabará el problema. Craso error, primero porque las guerras no acaban nunca y segundo porque la migración se seguirá incrementando, por la pobreza, falta de trabajo, sequías, pestes y un montón de miseria con los que diariamente tienen que convivir los países pobres.

¿Y qué podemos hacer?

Una solución positiva y viable sería repoblar los miles de pueblos abandonados. En todos los países del mundo, y España es un buen ejemplo, abundan las aldeas que se quedaron sin población. Los jóvenes, porque no les gustaba el agro y se fueron a las ciudades en busca de trabajo; los mayores, unos los llevaron sus hijos y, los más obstinados, prefirieron esperar a que sus fuerzas se agotaran, para dejar sus huesos sepultados donde habían nacido. Cualquier casa abandonada de esas aldeas es un verdadero paraíso comparada con la tienda de suelo embarrado en la que malvive un refugiado, por ejemplo, en Idomeni. Hacerlas habitables y con posibilidades de trabajo costaría mucho menos que los millones que se están dilapidando en los países fronterizos que "acogen" a los refugiados.

La agricultura era el modo de vida de los hogareños. De ella vivieron durante siglos sucesivas generaciones. Si los gobernantes aúnan sus esfuerzos y movilizan a los alcaldes de las ciudades para que dispongan de fondos, podrían dotar a sus nuevos moradores de los aperos necesarios para recuperar la agricultura.

Poner en marcha el proyecto es más laborioso que costoso, pero sin duda alguna valdría la pena. Una gran inversión para crear nuevos puestos de trabajo en mano de obra para la rehabilitación de las viviendas, cuya mayoría dispone ya de los servicios mínimos de luz y agua. Podrían abrirse nuevos comercios de alimentación, ropa, etc. En definitiva, los millones de euros que a día de hoy se dilapidan en saco roto servirían para relanzar la economía de zonas rurales deshabitadas y, especialmente, garantizar un futuro digno para todas aquellas personas que huyen de los horrores de la guerra.

Mientras la clase política parece hacer oídos sordos, el pueblo, esa mayoría silenciosa, asistimos como meros espectadores impotentes ante esta tragedia. Confiemos que en España seamos pioneros en intentarlo, y encontremos un alcalde que se decida a recuperar un pueblo que sirva de piloto para que otros muchos le imiten.

¡Qué alegría sería que estas líneas no terminen en el contenedor del papel y que haya valientes que se decidan a iniciarlo!