Artista humanista y teórico del arte, comenzó como ilustrador de libros. Pero muy pronto el genio que se atrevió con conejos y rinocerontes: ya no aceptaba todos los encargos. El grabado en cobre y la xilografía divulgaron su arte por Europa. La imprenta le aseguró ingresos.

Adquirió en su ciudad natal una casa burguesa que, aunque dañada, se salvó de la destrucción de la II Guerra. Su madre convivió con él hasta que falleció. También abastecía a sirvientes. No tuvo hijos con Agnes pero se sabe que no fue un hecho intencionado. Sabemos de su divertido carácter, habitual en las fiestas, por las cartas que le escribía a su amigo Willibald Pirckheimer.

Un autorretrato no era nada común cuando Durero se decidió a pintarse. Sentarse durante meses a trabajar en un cuadro que no le iba a reportar beneficio alguno. Se ha constatado que era presumido y que se rizaba el cabello. Hizo el primero a los veintidós. Cinco años después con delicados guantes y paisaje al fondo. Seguro de sí mismo en el último. Con una peculiaridad, la frontalidad. Viste un traje de piel y nos reta con mirada hipnótica. Un Jesucristo del siglo XVI.

En el "Retablo Paumgartner" los miembros de esta familia aparecen en el tríptico como santos. Se enriquecen con las explotaciones mineras durante la bonanza previa a la Reforma. La tabla central se dedicó al nacimiento de Cristo. Lo compró Maximiliano de Baviera a inicios del XVII.

"Adán y Eva" fue hecho en cobre antes. Es casi coetáneo de "La Gioconda". Las figuras están tensas. Al ser de temática erótica era más apreciado en colecciones privadas que en la Iglesia.

Retrató a "Maximiliano I", su cliente más ilustre. El emperador sujeta con la mano izquierda una granada. Hay quien cree que fue esta fruta mediterránea la electa del Árbol del Conocimiento.

En 1526, juntó a cuatro apóstoles en un espacio minúsculo. Sin perder majestuosidad. Fue su testamento pictórico. Juan y Pablo sostienen la Biblia y advierten de la falsedad de los profetas. Detrás de ellos están Pedro y Marcos. La obra no fue concebida para un ente religioso sino para el Ayuntamiento de Núremberg. Para que, como devoto cristiano, ellos siguiesen esa moral.

Al final de su corta vida, Alberto se fue al otro barrio a los 56 años, estaba tan enfermo que le costaba desplazarse; tuvo que mandar construir una sala secreta con retrete junto a la cocina.