Parece que Orlando nos queda lejos. Nos suena por Disneyland, aunque los vigueses somos más de Eurodisney. Pero la semana, que el destino quiso que comenzase con un 13, amaneció oscura. Cincuenta personas fallecieron del tirón, víctimas de la inconsciencia, el odio y el extremismo de un radical. Cincuenta personas que se refugiaban, como cada semana, en una discoteca gay donde podían ser quienes eran, sin prejuicios de una sociedad que todavía no está al cien por cien adaptada al hecho de que las personas del mismo sexo, de forma inconsciente, también acaben queriéndose. Podía haber sido el antiguo 74 de la calle Areal, o el Roy Bleck de la calle Oporto, pero fue el Pulse de Orange Avenue. En Vigo nadie haría eso. Pero cabe reflexionar que estos guetos, creados a partir de la poca predisposición de la sociedad en aceptar la realidad -aunque cada vez es más frecuente, todavía es difícil ver a un par de chicos o chicas besándose en un lugar diferente a los típicos locales gay- también existen en casa. Y si existen, es porque todavía falta un recorrido por andar, que no depende exclusivamente de los gais, sino de toda la sociedad, incluidos los vigueses.