Este año, acompañado por representaciones de diversas órdenes desplazados expresamente y de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas, pudimos vivir la emoción del Corpus y comprobar, una vez más, el milagro del sol venciendo los presagios de lluvia, fiel a la tradición que señala este día, junto con el Jueves Santo y la Ascensión, como el más reluciente del año.

El Corpus en Ponteareas, históricamente, ha sido fiesta religiosa y la procesión, el centro de la celebración. Todo intento de desnaturalizar su sentido constituye un grave atentado a su esencia y a siglos de historia.

La procesión de este año ha tenido, como siempre, la maravilla de las alfombras, los balcones engalanados, el fervor de los vecinos y la lluvia de flores. Un espectáculo de religiosidad única. Sin embargo, salvo la misa, cantada con gran brillantez por la Coral del Sportivo, la ceremonia externa puso de manifiesto graves carencias.

Ausencias. Además de algunas ausencias institucionales, lamentamos el silencio del órgano a la salida y entrada del Santísimo; la falta de cantos en la procesión; los cirios acompañando a la cruz procesional; los gaiteros con su alegría; los representantes de cada calle portando el palio; los monaguillos delante de la Custodia, como en todas las procesiones eucarísticas, incensándola, especialmente en los altares establecidos a lo largo del recorrido; la presencia, delante de sus sedes, de una representación del conocido por Colegio de las Monjas y del Centro de la Tercera Edad, como muestra de respeto y gratitud, pues no olvidemos que ambas instituciones han tenido su origen en sendas fundaciones de la Iglesia y por su generosidad, que cedió sus derechos cuando era la verdadera receptora de la donación de las familias González y Fontán/Palacios, hoy olvidadas, cuando se homenajea a gente que nada ha hecho por Ponteareas, alguna, incluso, delincuente.

Silencio de las campanas. El Santísimo en procesión, cada vez que atraviese la puerta de la iglesia, tiene que salir y entrar con repique de campanas porque lo exige la liturgia. Omisión que no está justificada, precisamente ahora donde son constantes las agresiones, incluso sonoras, a los sentimientos personales y a las más elementales normas de convivencia. Recorriendo Europa, desde Londres a Salzburgo, es permanente el sonar de las campanas anunciando las celebraciones del culto, incluso Bolonia, durante 50 años gobernada por un alcalde comunista, presume de sus campanas y del concurso entre el medio centenar de sus iglesias.

Ausencia de salvas. Otro juicio adverso: la ausencia de "foguetes" a la salida y entrada de la procesión, salvas al Santísimo, en esta tierra donde cualquier celebración se ameniza con estas expresiones que son parte de nuestro paisaje festivo.

Omisión de himno o de cantos. Otra omisión, el silencio de la música a la salida y entrada de la custodia. Era obligado el himno nacional y si lo desconocen -nada extraño en este proceso de desnacionalización que vivimos- el viejo himno del Reino de Galicia. Una mediocre actuación, con alguna marcha inapropiada para la procesión.

En resumen, una procesión que, salvo las alfombras, el fervor de la gente y la lluvia de flores que, sin duda es mucho, no cumplió con las exigencias de la liturgia y de la tradición. No olvidemos que la procesión justifica las alfombras. Constituye un contrasentido potenciar aquellas, publicitarlas, si el motivo de su elaboración lo reducimos a un acto de intimidad espiritual, sin la solemnidad que supone para el pueblo la presencia de Jesús Sacramentado en sus calles.