Recibo un whatsapp preguntándome si he visto el vídeo viral de un niño autista feliz en un concierto de Coldplay, con su padre disfrutando entre lágrimas de uno de los escasos momentos en el que el mundo de los sentimientos de su hijo y el de los suyos se cruzarán. Mi respuesta es inmediata: "sí lo he visto". Y también he llorado; por todos los momentos que no tendremos ella y yo, pero sobre todo, por todos con los que me sorprenderá. A veces será escuchando una gaita o una panderetera, otras será el regalo de poder acariciar su cara y, si la suerte y mi pequeña de dieciocho años lo quieren, tal vez mi universo se ilumine con su sonrisa.

Sí que he visto cómo una canción de Coldplay emocionaba a medio planeta. Aunque esta vez, no por la voz de Chris Martin, sino por el amor de un padre a un hijo: ese en el que nos vemos reflejados todos, pero especialmente los que tenemos la suerte de compartir una vida con la frágil personalización de la bondad y la falta de maldad.

Algún día encontraremos la llave que una nuestros dos mundos.