Ante la propuesta de Anna Gabriel, diputada de la CUP, arremetiendo contra la familia y proponiendo "tener hijos en común y que se eduquen en tribus", cabe exigirle sensatez y cordura a su señoría. Los hijos han de ser fruto del amor y de la relación estable entre un hombre y una mujer. El ser humano nace, crece y se forma en la familia, que es, por propia naturaleza y vocación, ambiente de vida y de amor. Ante los ataques subliminales de los anuncios publicitarios o ante declaraciones como la de la señora diputada se trata de desorientar a la sociedad a través de ideologías alienantes de la persona humana. Los hijos no son productos culturales ni bienes comunitarios susceptibles de ser educados como se le antoje a doña Anna Gabriel. Es en la familia, y no en la tribu, donde el ser humano nace, crece y encuentra su identidad. Corresponde a los padres la educación de los hijos y no a la tribu el adoctrinamiento de los mismos.

Declaraciones esperpénticas como las de la diputada de la CUP solo se pueden aceptar como normales en una sociedad enferma de gravedad, que trata de falsear la verdad del ser humano y que se empeña en negar la objetividad de la naturaleza del mismo, intentando imponer formas de convivencia indignas para los hijos. Apelo a la razón frente a los despropósitos de ciertos políticos y poderes. No hay autoridad humana que pueda modificar la naturaleza del matrimonio y de la familia.