Una vez más me encuentro ante el televisor en un intento imposible de entender cuestiones que únicamente obedecen a la lógica geopolítica y, a veces como en una extraña logia, ni tan siquiera a eso... Ahora ya sé que hacia el Este, Europa termina en Australia, y hacia el Oeste en los Pirineos; que Alemania salda sus deudas del pasado con la máxima puntuación a Israel; que La Unión de Repúblicas Soviéticas no tiene nada que ver con Ucrania. Y todo esto, solo con ver el concurso de Eurovisión.

Lo irónico es constatar cómo el dinero puede comprarlo todo, o casi todo, si nos atenemos a como los oligarcas rusos se va apropiando de clubes de fútbol, baloncesto e, incluso, en una puesta en escena millonaria lo intentan con Eurovisión.

Al final quizás hubo una doble moral, una venganza o incluso justicia ejercida por la cantante de Ucrania en una rememoración de los horrores pasados, y sobre todo presentes. A pesar de todo ello, aún es muy patente el origen de esas fortunas cuando observamos cómo uno espectadores "vip" rusos, a pie de pista en una Final Four, empuja y se encara con un jugador del equipo contrario.