Leyendo sobre el colapso de la civilización de la Isla de Pascua, descubro con sorpresa que sus famosas esculturas, llamadas moais, miraban hacia el interior de la isla en vez de hacerlo al mar. Los indígenas las habían dispuesto de esa manera, convencidos de que su aislamiento y su lejanía con otras tierras era tal que de nada serviría que mirasen al mar, pues nadie jamás pasaría por allí para observarlas. Eso me recuerda la disposición de muchos edificios y calles de nuestra ciudad, que parecen mirar más a Citröen que a la ría, como si así quisiéramos indicar a los navegantes dónde se encuentra el origen y la fuente de nuestra existencia. Hasta el Dinoseto dirige su hocico hacia la factoría automovilística. Es solo un parecido, pero los colapsos tampoco son todos iguales.

Y creo sinceramente que nuestra ciudad se encuentra lejos de ello, por mucho que una de las navieras más importantes del mundo quiera dejarnos para mudarse a un puerto de la competencia. Pero hay que advertir las señales. Leo, por ejemplo, que en la Isla de Pascua se celebraba anualmente una prueba de natación cuyo fin era capturar el primer huevo que cada año ponía un extraño pájaro en un islote cercano. Eso es como la travesía a nado que todos los años tiene lugar entre Vigo y las Islas Cíes, aunque en este caso no sea para capturar el primer huevo del cormorán moñudo, sino tan solo por el placer y la gloria.