Dice el sabio refranero que "quien siembra vientos, recoge tempestades". Desde el año 1975, bajo una apariencia pacífica, de convivencia y cordialidad, llevamos sembrando un odio soterrado que ahora está empezando a surgir como el ave fénix de sus propias cenizas. Creíamos que las heridas de la guerra civil y de la dictadura franquista estaban totalmente curadas y cerradas. Pero no. Y no lo están, no ahora, que es cuando se están manifestando, sino desde la llamada "Transición". Desde entonces, tratando de que la venganza se sirviera en plato frío hemos estado inculcando un odio generalizado a todo lo que no sea izquierda, en contraposición a todos los principios, ideas e ideales que se transmitieron en el franquismo. Obviamente, ese odio no ha sido explícito, sino implícito, en forma de manipulación de los libros de historia, por ejemplo o en forma de desprecio a la bandera de España, en forma de desprestigio hacia todo lo que suene a conservador, hacia el matrimonio, la familia, la Iglesia y la patria. Y así, poco a poco, con constancia y perseverancia se ha ido fraguando una repulsa inexpugnable de una parte de la sociedad española hacia la otra.

El ambiente que se respira ahora mismo es absolutamente nocivo. Los jóvenes que nunca han vivido en tiempos de Franco han crecido con la certeza de que, no solo aquello fue lo peor de lo peor, sino, que todo lo que ahora no es izquierda radical ¡sigue siendo lo peor! Y por lo tanto hay que combatirlo. Estos jóvenes, que no han tenido que sufrir, ni la guerra, ni la postguerra, ni la represión, ni nada de nada, son los que ahora enarbolan la bandera de la lucha y los que pretenden -desde su más absoluta ignorancia- tomarse la revancha. Todo ello aderezado con un poco de ideología extranjera, otro poco de pavo juvenil y un pequeño porcentaje justificado por los desmanes políticos de los últimos años, se forma un cóctel, ahora ya, muy, muy, difícil de evitar que explosione.

Y no son ellos los culpables, sino los que les han metido toda esa basura en el cerebro. Seamos sensatos: la historia se estudia para aprender, y sobre todo, para que no se repita, pero si dentro de la historia del siglo XX omitimos o manipulamos torticeramente más de la mitad del siglo, pues de aquellos vientos, estas tempestades. Pagaremos muy caro el no habernos perdonado.