La señora Carmena, alcaldesa de Madrid, anuncia un nuevo e "importantísimo descubrimiento" que, según parece, pretende poner en práctica para arreglar de una vez los problemas de la justicia y que, ante el posible éxito en la capital de España (y parte del extranjero), se extendería a todo el país.

Su descubrimiento es ni más ni menos que crear la figura del "policía intermediario" cuya misión, hasta tanto se haga público el reglamento para su correcta aplicación, debemos imaginar que funcionará de la forma siguiente: cuando un ciudadano se presente para denunciar por ejemplo una agresión, en vez de extender el atestado para el juez, el "policía intermediario" pone al agresor y agredido frente a frente y con razones tan convincentes como las de evitarles gastos de abogados, juicios y otras zarandajas, consigue persuadirlos para que se den la mano y todos tan contentos, o en el mejor de los casos "amigos para siempre".

Pues siento tener que decirle a la señora Carmena que no ha descubierto nada nuevo, porque en el año 1970 del pasado siglo ya el funcionario de un centro oficial de Villagarcía de Arosa (Pontevedra) practicaba ese sistema, de forma que cuando alguien se presentaba para poner una denuncia por alguna ofensa o daño recibido de algún vecino, citaba a las dos partes a un bar cercano y después de tomar unos vinos, que naturalmente pagaban los contendientes, ¡faltaría más!, el intermediario, con ayuda del alcohol ingerido por todos, les persuadía de que lo mejor era darse la mano y de esa forma evitar gastos de abogados, juicios, etc., que solo hacían complicar más las cosas. Me consta que, en varios casos, quedó resuelto el problema gracias a los vinos y a la buena labor realizada por mi amigo el intermediario.