El despertador ha sonado cinco veces. Los primeros minutos de la semana pronostican una lenta puesta en marcha. En la calle se puede oír la fuerza del viento contra las vallas del campamento de refugiados. Llueve mientras paulatinamente comienza el giro de engranajes de la fábrica de ideas que expide su primer producto; ¡maldito seas lunes!

Sin saberlo, el olor del café ha borrado de un plumazo la tortura autoinfligida de los últimos cinco minutos. A la vez, el canal 24H rellena con útil información el hueco; varias decenas de muertos en bombardeos, unos cuantos naufragios en el Mar Egeo, una nueva corruptela y dos importantísimas reuniones del presidente y político de turno con sendos gato volador y tortuga parlante copan las noticias más importantes del día. Son fechas para recordar en Alemania y el mundo entero, la televisión ha restaurado mi atención mientras explican el paso de 71 años desde el final del Holocausto nazi. Parecía impensable pero ya me dirijo a la oficina. Hoy ha costado salir de casa algo más de lo habitual, resulta realmente complicado mantener el equilibrio con el portátil en una mano y la bolsa de deportes en otra, a la vez que procuras no pisar los cuerpos sin vida de dos sirios de tono azulado que bloquean la cocina. Los lunes cuestan algo más, es compresible.

Los asuntos profesionales del día han supuesto un salvoconducto temporal que me ha trasladado directamente al mediodía. Han sido horas de verdaderos inconvenientes ya solucionados. Empiezo a pensar que será un buen día mientras recuerdo lo fabuloso del fin de semana todavía presente. Lo suficiente como para no haber parado treinta minutos a reponer la nevera con cuatro quesos franceses, aun tratándose de un tema de vital importancia. Continúa lloviendo, hay lodo en el camino y el supermercado a esta hora tiene una semana de cola a la intemperie. Los anuncios de imprescindibles productos con sus artimañas comerciales ocultan el llanto de los niños de rostro apagado que acaban de pisar la playa. Las caras de sus padres no logran ocultar la preocupación, a la vez que abren camino a sus familias hacia un pueblo dirigido por gobiernos que los rechaza.

Avanza el día cubriendo objetivos. Ocuparé el tiempo libre con algo de deporte, lectura, más noticias sangrantes, yoga, reiki, clases de inglés, pintura, alguna actividad social y sobre todo limpiaré la casa. Vivimos en una sociedad civilizada, he dejado el desayuno sin recoger y desde que fui a trabajar, más cuerpos sin vida de refugiados se acumulan en la cocina.

El lunes llega a su fin, cumpliendo con creces las expectativas y pautas de un ciudadano europeo ejemplar. Previa desconexión, mi mente caprichosa recupera la noticia de esta mañana sobre el Holocausto nazi. Inevitable no mostrar incomprensión ante el hecho de que parte del pueblo alemán no fuera capaz de ver una barbarie tan evidente. Mancha imborrable por la que muchos todavía en vida prefieren no contar a sus nietos cuál fue su aportación durante aquellos días.

El despertador ha sonado cinco veces. Los primeros minutos...