Vamos del yo al nosotros, como si el acto fuera un crisol donde se funde oro humano en el más puro metal del sentimiento. Es ese río que da la Historia, un manantial que surge de lo profundo y alcanza las más altas cimas de la hermandad en construcción.

Cuando esto ocurre, se empieza escribiendo sobre las piedras de las calles, en el íntimo exilio de la miseria, cuando despojados de todo y de nada decidimos destituir a los corruptos, al viejo régimen.

Y sin embargo, en ese primer momento, caminamos como niños, balbuceamos la palabra, porque, confundidos, olvidamos quienes somos. Así, en esa amnesia, nuestra naturaleza se resetea, y empezamos a ser conscientes en la intuición de la mayoría.

Pero aún hoy, el hombre y la mujer, líquidos en el mundo en el que flotan, son elementos que controlan las élites.

No les basta para recuperar su soberanía la indignación y la rabia, y, menos, delegar el cetro de nuestro nacimiento. Así, no habrá sublevación a bordo, no habrá travesía y menos viaje a Ítaca.

El pueblo, el antiguo pueblo, prostituido y proscrito en la post-modernidad, vaga más de cuarenta días y cuarenta noches y, en su ansiedad, vuelve a buscar al Mesías, sin ser consciente de que el Redentor es Él, el verbo, el soberano.

Cuando el abismo se abre a sus pies, tiene que decidir, es su razón de ser. Eso, o el ser líquido; los mesías, un océano diseñado para Él, por el ser individual, hecho clase, oligarquía, casta, que nada sobre sufrimiento humano.

Porque hiere como una daga que atraviesa el corazón y el estómago cuando lanzan contra nosotros y nuestros hijos cada una de sus leyes.

Porque hieren los engaños y las traiciones; y nos hieren más cuando el hambre de justicia se mezcla con la necesidad, cuando los corruptos forman corte y, entre bambalinas o junto a los leones, invaden nuestras casas y una carcajada grotesca, casi humana, sale del televisor, asesinando el intelecto.

Hieren hasta en el alma materia que nos tutelen, que nos declaren incapaces y se otorguen la razón, imponiendo reformas y no partos.

Hieren con una "mordaza ley", que ejerce el poder coercitivo contra el soberano, el pueblo, que despertando manda a sus mejores hijos e hijas a rebelarse, pidiendo ser quien se es, el legislador. Exige un nuevo contrato elaborado por Él, desde abajo, en la esencia misma de la democracia, porque su ser no se puede quedar en las urnas, ni en los bancos de un parlamento cuando la Historia lo reclama.