Conseguir una estrella en el mundo culinario significa mucho esfuerzo, pero mantenerla, mucho más.

Por la crisis económica, algunos cocineros tiraron la estrella a la basura para rebajar los escalones de sus establecimientos y hacerlos más asequibles a todos los bolsillos.

Hoy, muchos cocineros se tienen que dedicar a otros negocios para tapar los agujeros de sus estrellas. En Bélgica, uno estuvo vendiendo bocadillos durante cinco días en un festival de música rock y ganó más dinero que en todo un año en su restaurante. En Holanda, otro tiene un negocio de comida rápida y algunos se dedican a organizar degustaciones; y también imparten clases de cocina y venden vinos a sus clientes.

Puedo poner más ejemplos, pero lo más importante es que estos cocineros aún viven. Esto no se puede decir del cocinero vasco Aitor Basabe, pues hace un par de semanas lo encontraron muerto en Bilbao. Y ha sido una víctima más del incomprensible mundo culinario.

Nos damos cuentade que los que compraron bocadillos, comida rápida y vino, son los que mantienen las puertas abiertas de estos restaurantes con estrellas, para que otros, muy pocos, puedan comer en sus mesas con lienzos, las langostas, centollos y comida mínima de laboratorio del fogón.

En nuestra sociedad sucede lo mismo, las capas más bajas como las medias son las que tuvieron que salvar a la élite de la crisis económica y bancaria.

Las estrellas lucen por fuera, pero contienen mucha tragedia.