Ayer al abrir el buzón me encontré con la tarjeta del censo electoral de mi hija mayor. Después de dieciocho años había llegado el momento, en que como cualquier votante, debía decidir quién le representaría mejor, quién lucharía mejor por su presente y, sobre todo, por un futuro cada vez más gris para las personas más desprotegidas socialmente.

Hasta aquí nada fuera de lo común, si no fuese por el hecho de que mi hija padece autismo y tiene una discapacidad psíquica, debido a la cual está en trámite su incapacitación judicial con el objeto de poder defender mejor sus intereses. Si mi hija no va a votar el día veinte, estarán votando por ella ya que la abstención beneficia al partido más votado, sea cual sea. Por el contrario, si va a votar, alguien tendrá que poner la papeleta en el sobre, como suele ser muy habitual en caso de ancianos, pero no en situaciones similares a la de mi hija.

¿Qué harían ustedes en mi lugar? ¿Ejercitar sus derechos pensando en lo más conveniente para ella o dejar que otros los ejerciten?

Un hombre sin un voto es un hombre sin protección (Lyndon B. Johnson)