Navidad, de por sí, soporíferas, melancólicas, de por sí, nostálgicas, donde el paso del tiempo se hace más evidente, más real, más drástico, más incontestable. Por si estos aspectos fuesen poco, súmese a estas fechas una convocatoria de elecciones (de quién sería la magnífica idea?); una convocatoria de elecciones, para algunos "las elecciones de todas las elecciones, para otros, las elecciones del cambio, del progreso para los debutantes, de la consagración y fortalecimiento de las medidas tomadas según los que "defienden título" (nunca mejor dicho...), y me pregunto ¿quién se llevará el gordo de la Navidad? ¿qué número cantarán las voces infantiles y angelicales?... pues la respuesta, según de quien provenga, nos dejará atónitos, pues, todos, absolutamente todos, serán vencedores, ya sea por el cambio confirmado, ya sea por la continuidad o no del bipartidismo que este sistema electoral nos impone, ya sea por la "continuidad de lo establecido, por los mismos". Pero al final, todos, absolutamente todos, ganarán (cuestiones insondables de la naturaleza humana).

Llegará enero, comenzará 2016, todo seguirá igual, para el desempleado, para el mil eurista (sería mejor calificarlo de seiscientos-eurista, considero que se ajustaría más a la realidad salarial actual), para el jubilado y su pensión largamente exprimida, para ese deudor hipotecario con la amenazadora soga del desahucio, para ese dependiente cuya ayuda fue cortada de cuajo ni se sabe ya cuándo, para el emigrado, ya sea exterior e interior, para el funcionario con su sueldo congelado, ni se recuerda en qué momento (pero bueno, éste último, según campaña publicitaria arraigada, tengamos en cuenta que es el culpable de los grandes males de este país, por lo que vamos a obviarlo), y así... Uno a uno cada pobre y solitario ciudadano y sus múltiples y diversos problemas.

Este lapsus, estas fechas, de pesadilla para muchos, de sueños e ilusiones para otros, de nostalgia para algunos, de soledad para los menos, (que también existen, por supuesto), de felicidad, ya sea voluntaria, sea obligatoria o impuesta, de alegría, ya sea real o ficticia, lo cierto es que año tras año, marca el final de una etapa, el cierre de un almanaque (permítanme este término ancestral), el comienzo de otro, el punto y aparte en nuestras percepciones, en nuestras sensaciones, en nuestra imaginación, aunque al final, la vida, lo cotidiano, la rutina, sigue su curso por el itinerario de la monotonía.