Voy paseando por la calle con mi mujer y mi hija mayor, que nos dice: "luces Navidad". Y aún cuando ya están todas colocadas, ninguna por la zona donde nos encontrábamos. Con insistencia señala una línea de leds multicolores que iluminaba a un par de chicas extranjeras al pie de lo que se "suponía un club".

Hoy mi hija pequeña llegaba a casa contándome que habían realizado un simulacro de incendio en su colegio. Con todo lujo de detalles me explica que comenzó con el sonido de una sirena, que a ella le había recordado a las atracciones de feria.

Estas circunstancias me han llevado a pensar en dos cosas: la primera, que la vida percibida sin malicia sería mucho mejor, luces en vez de proxenetas, caballitos en vez de sirenas; la segunda, es más triste por el hecho de pensar que esas chicas algún día fueron niñas que creyeron que tras la iluminación de esos locales se escondería algo bueno, o que el sonido que aquí anuncia un simulacro, en otro sitio supone el anuncio de un bombardeo.

Como Rousseau, mi hija mayor, autista, piensa que todos los hombres son buenos.