La semana pasada el Rectorado de la Universidad organizaba la III Jornada sobre Fundraising y Mecenazgo, en la que miembros de diversos consejos sociales de universidades de todo el Estado participaron para escuchar la opinión de expertos, debatir e intercambiar opiniones sobre cómo potenciar esta forma de financiación en las universidades españolas, las cuales hasta ahora han tenido como forma de financiación casi exclusiva el dinero público.

No parece casual que las jornadas se hayan organizado la semana anterior al anuncio por parte de nuestro rector de un programa propio de captación de investigadores, ni de la aprobación en Consejo de Gobierno de la creación de la Fundación Centro de Innovación Aeroespacial de Galicia, entidad de la que la Uvigo es fundadora junto al Consorcio de Zona Franca y cuatro entidades privadas.

Todas estas iniciativas van en la línea ya marcada por el Rectorado de la Universidad de Vigo desde hace años. Ante el dramático descenso de la financiación pública, Salustiano Mato ha sido uno de los rectores más hábiles del país a la hora de firmar convenios de colaboración, especialmente con entidades privadas, y ha ampliado las áreas de conocimiento en las que trabaja la Universidad. Así, próximamente se creará una Escuela de Ingeniería Aeroespacial, y hace meses que la Uvigo es la primera universidad del Estado que investiga con drones.

Salustiano Mato ha colocado a la Uvigo en una posición privilegiada. Con unas cuentas saneadas, Vigo cuenta con una Universidad en expansión, con cada vez mayor capacidad investigadora y una imagen solvente, que le permite llegar a acuerdos con múltiples entidades privadas.

Sin embargo, esta estrategia también entraña sus riesgos. Desde luego, la colaboración públicoprivada, si se hace con los necesarios controles, resulta beneficiosa para ambas partes y repercute positivamente en la sociedad. Pero no es menos cierto que un excesivo peso de las empresas puede llevar a una mercantilización de la educación, y si bien la universidad debe formar cuadros cualificados para el mundo laboral y conocimiento útil desde el punto de vista económico, también debe ser un centro de reflexión y de crítica, de debate y de creación de una ciudadanía con capacidad de análisis. Elementos que no se pueden medir monetariamente, y que se tienden a olvidar cuando se da excesivo peso a los intereses de lo privado.

Una excesiva mercantilización no solo tendría consecuencias negativas en cuanto al carácter crítico de la Universidad, sino que podría suponer un riesgo al acceso a la educación superior para los sectores poblaciones que carecen de grandes rentas, esto es, la mayoría social. En aquellos países en que las universidades dependen de fondos privados, las tasas universitarias se encarecen hasta convertir lo que es un derecho en un negocio. Cuando se habla del modelo estadounidense siempre se habla de Harvard, Berkeley o el MIT, pero se olvida por completo que un estudiante estadounidense sale de la Universidad, de media, con una deuda de 29.000 dólares. Y estamos hablando de la media, no de las universidades más caras. 29.000 dólares de hipoteca que deberán pagar durante años. Como decía la organización Juventud Sin Futuro, "4 años estudiando, 40 años pagando".

Como ya he señalado, no se trata de negarse a cualquier tipo de colaboración con el mundo privado. Pero al igual que se ha sido realista para entender que ante la oleada de recortes no cabía otra opción que recurrir a la financiación privada para realizar contrataciones y programas de investigación, se ha de serlo para saber que habrá quien intente utilizar su posición de poder para transformar lo que es un derecho en una fuente de negocio. Algo que nunca debería pasar.