En 2009, tras cuatro años de una relación un tanto complicada con Anxo y Emilio, comenzó una relación con Alberto.

Ella comenzó ilusionada; había terminado una etapa difícil. Anxo y Emilio, Emilio y Anxo comenzaron la relación con Alicia muy ilusionados, pero, con el tiempo, la relación se fue enrareciendo, y ellos se ocupaban más de sus intereses y de alimentar su propio ego que de atender las necesidades de Alicia y sus numerosos hijos.

Entonces apareció Alberto. Prometió cuidar de Alicia, proteger a sus hijos, gestionar bien sus recursos para que a los hijos de Alicia no les faltase nada, prometió, prometió, prometió?

El tiempo fue pasando, y Alberto fue demostrando su verdadero carácter. Se olvidó de muchas de sus promesas. No trataba igual a todos los hijos de Alicia. Favorecía a los que ya eran más prósperos en detrimento de los que necesitaban ayuda porque eran dependientes, porque estaban estudiando, porque buscaban trabajo, porque estaban enfermos? Y Alicia lloraba por sus hijos, y sufría por ellos, y sentía como puñetazos en su cuerpo cada afrenta a sus hijos.

Desde fuera le decían: ¿Pero por qué sigues con él si te trata así? ¿Por qué no le dejas? Ella pensaba dejarle, pero luego llegaba él con su verborrea y sus dotes de playboy y la convencía para seguir juntos; ¿Dónde vas a encontrar alguien mejor que yo? ¿Quién te va a querer? ¿Acaso quieres otra vez una relación a dos o tres bandas? Yo soy lo que te conviene, yo soy lo que necesitas. No he podido hacer más por tus hijos porque tuve que solucionar los errores de Anxo y Emilio? Y Alicia le creyó y volvió a confiar.

Pero Alberto no cambió, sigue en su línea. Cuando la prole de Alicia necesita algo que cuesta mucho dinero, por ejemplo un hospital; su solución es encargar a sus amigotes que lo construyan. Pero no gratis, no. Al fin y al cabo aprendió de su mentor, Mariano el recortador.

Para convencer a Alicia de que ha conseguido hacerlo mucho más barato que cualquiera, le dice lo que costaría si lo pagasen con sus recursos y lo contrapone a lo que le piden sus amigotes que es muchísimo menos. Muchísimo menos el primer año, pero solo con la boca pequeña dice que ese poco se va a pagar durante muchos años, con lo que el montante es mucho mayor. Además, la explotación de muchos servicios ya no es de Alicia y sus hijos, ni siquiera de Alberto; lo ha vendido a sus amigotes, al peor postor, les ha hecho propietarios de algo que no le pertenecía a él, que era de todos los hijos de Alicia, de los prósperos y de los que no tienen recursos, de todos. Ha hipotecado el futuro de varias generaciones.

Ahora Alicia vuelve a sentir los golpes en su piel, el menosprecio del que prometió cuidar de ella y su prole.

Alicia debe tomar una decisión: seguir encajando golpes o dar un portazo a esta relación y salir al mundo con dignidad y cabeza alta como gran dama que es y gritar: Alberto; quiero el divorcio.