Sobrevivieron a las aguas del Mediterráneo, al hacinamiento en las islas griegas y la travesía de Macedonia a Hungría. Y aquí se encontraron con una represión policial desmedida, que gaseó indiscriminadamente a bebés, niños, mujeres y ancianos, muchos de ellos desvalidos; a padres que traen a sus hijos en brazos centenares de kilómetros. Personas que duermen a la intemperie, hambrientos y extenuados. Seres humanos agotados, tristes protagonistas de una situación límite. Ahora comprendo un poco mejor lo que sucedió en la II Guerra Mundial. No podemos hablar de una Europa de los pueblos, porque falta la solidaridad que sirve de nexo vital entre ellos. Hungría se ha visto desbordada, y ha optado por una solución draconiana a un problema extremo que debería resolverse con coordinación, celeridad y sobre todo, humanidad.