"Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa", decía Montesquieu.

Quizás, con mayor constancia de las debilidades del ser humano, mi abuelo también decía: "¡Ojalá tengas pleitos y los ganes". Ese "ojalá" siempre me producía cierta desazón en mi ignorante infancia, aunque no menos que la imagen de una estatua ciega con una balanza en una mano y una espada en la otra. Era inevitable pensar en cuántas estocadas habría dado "la buena" de Justitia.

Ahora, con el paso del tiempo, soy consciente de que cualquier sociedad se debe regir por unas normas, y que el cumplimiento de estas debe recaer, en primera instancia, en los individuos y no en los jueces. En este sentido, estoy plenamente de acuerdo con la necesidad de la reforma de la justicia en un país con 185 litigios por cada 1.000 habitantes, algo intrínseco al pelaje del animal. E igualmente comparto la necesidad de que dicha reforma haga que nuestro sistema judicial sea realmente independiente, aunque tan solo sea para que Justitia pueda quitarse la venda de su cara (símbolo de imparcialidad). Y así las estocadas sean un poco más certeras, aun cuando creo firmemente que la justicia es ciega, pero es la menor de las injusticias.