Siempre pensé y defendí que la Seguridad Social era para todos. Me equivoqué. Soy farmacéutica de hospital, y desde hace bastantes años me dedico a la dispensación de medicación a pacientes no ingresados, enfermos que requieren un tipo de medicamentos que solo se dispensan en hospitales. El 99 por ciento de ellos padecen patologías crónicas, por lo que tienen que acudir con frecuencia al Servicio de Farmacia a buscar la medicación.

Hace pocos días, he empezado a derivar a los pacientes al hospital Álvaro Cunqueiro, porque la dispensación ambulatoria se ha ido paulatinamente traslando allí. Y lo hago con pena, y con un fastidio mal disimulado (¡supongo!), porque es unánime la protesta; y lo peor es que, ¡tienen razón ! Por lo poco que ellos van conociendo de allí, saben que aquello es una continua explotación. Para empezar, están abocados a pagar el parking --porque no hay donde aparcar si no-- tampoco se pueden acercar ni a tomar un café -aunque estén allí toda la mañana--, porque la cafetería es pohibitiva y las máquinas dispensadoras, carísimas.

He de hacer notar que un altísimo porcentaje de mis pacientes (¿un 60%?) están en el paro. Y entre ellos, un buen número -quizá por su propia patolo- gía-, se encuentra entre lo que podría llamarse "lo más desfavorecido de la sociedad". Estoy pensando en uno, que lleva, ¡seis años en el paro! (Te mando un saludo cariñoso desde aquí por si me lees).

Esta carta la ha provocado una paciente que atendí hace unas horas. Al comunicarle su traslado al nuevo hospital exclamó: "¡O novo hospital non está feito para os pobres!"

Y tuve que decirle: "Tiene usted toda la razón" ¡Que pena!