Hace pocos días saltaban todas las alarmas en Galicia al saber que hay una persona que no está dispuesta a hacer un viaje de una hora y pico escuchando gallego. ¡Qué horror! ¡Qué desvergüenza! ¡Nuestra lengua, que es objeto de protección de todo tipo de derechos, ha sido vilipendiada por una persona que no es gallega! ¿Qué se ha creído? ¿Quién se ha atrevido a despreciar tan bella lengua? ¿Quién es esa mujer? ¡Que le veamos la cara! El gallego no solo hay que hablarlo, escucharlo, escribirlo y leerlo, sino que también hay que amarlo, y hay que tragar con lo que haga falta con tal de que la libertad, los derechos y la dignidad de la lengua gallega (sí, sí, de la lengua, no de las personas) queden salvaguardados de cualquier chiquilicuatre castellano o madrileño.

Es decir, si quieres hacer un viaje de Vigo a Orense (perdón: Ourense ¿o Urense?), aunque haya veinte personas más con coche que vayan a hacer ese viaje ese mismo día que hablen español, tú tienes que valorar la riqueza de la lengua gallega e ir en el coche del galleguista, además de -supongo- tener escuchar atentamente la matraca secesionista o lusista que irremediablemente te va a dar un edil del BNG. (Va en sus genes, no lo pueden evitar).

La humillación a la que se ha sometido a una persona porque no le apetece escuchar o no lo entiende o no le gusta el gallego deja patente la dictadura lingüística a la que estamos supeditados en Galicia. Esta chica no hizo daño a nadie, simplemente intentó ejercer su libertad (craso error) y si no quería ir con un individuo que hablaba gallego tenía derecho a elegir con quien quería ir, en un país libre, claro. En Galicia te linchan.

Me solidarizo con esta persona a la que han escarnecido públicamente, porque yo habría hecho lo mismo.