En tiempos de desolación no hacer mudanza, aconsejaba Ignacio de Loyola. Consejo -o máxima- que casi siempre cae en saco roto. En determinados casos las precipitaciones electorales y las necesidades asistenciales suelen obligar a hacer las mudanzas -hospitalarias en este caso- en los peores momentos. Y nos sorprenden las goteras, la ausencia de planes de transporte, los laboratorios inadecuados. Estábamos hablando un colega médico y yo el otro día acerca de esto cuando me hizo ver otro aspecto interesante: la historia del Hospital Xeral (la intrahistoria, mejor). Me indicaba que existe ilusión entre algunos trabajadores de cualquier profesión hospitalaria, por estar ya en un espacio amplio, nuevo, estéticamente atractivo. Y él, ya veterano, y yo jubilado empezamos -sin querer- a recordar y recordar tanto y a tantos compañeros de trabajo, anécdotas, situaciones dramáticas, éxitos y fracasos. Y, al final, acabó proponiendo en el futuro cercano una especie de visita organizada al viejo hospital (ahora que incluso se lleva tanto el necroturismo) que -gallegos como somos- tendría que tener un cierto aire valleinclanesco. Podrían asistir los jóvenes médicos, enfermeras, celadores... Pero también el usuario en general, naturalmente. Así estos podrían ver qué ha quedado del lugar en donde nació, de la sala de espera (o el pasillo) en que el que era informado de la enfermedad de su hijo, cómo está ahora -vacío, desconchada la pared, sin luz- el quirófano en el que le salvaron -o prolongaron- la vida. Qué ha quedado de la habitación, compartida casi con seguridad, en que fallecieron sus seres más queridos. Y los profesionales evocar a los compañeros con los que compartieron trabajo matutino y guardias, a los jefes de servicio que facilitaron o entorpecieron su trabajo, que paseaban su autoridad (a veces real, otras impostada) y que ya han muerto o que jubilados lamentan quizás que no supieron saber con anticipación que el tiempo se acaba y "vanitas, vanitatis?" Incluso, con seguridad, se intuirían fantasmas amables de amigos desaparecidos cuando entraban sonrientes por una puerta, cuando proponían para los escasos ratos libres una partida de cartas o un " cubata". O recordarán incluso quién nos evitó -más sereno- que una vez llegásemos a las manos con un colega. De todo ha habido como en cualquier trabajo. Lo que sucede es que un hospital (al fin y al cabo deriva etimológicamente de huésped: visita) es un lugar al que todos estamos invitados en algún momento de nuestra vida. Para bien o para mal.

Evoquemos, recordemos durante mucho tiempo el Hospital Xeral. Su demolición, si se produce, sería una especie de incineración colectiva. Cuanto menos de recuerdos.