La Organización de Naciones Unidas (ONU), que se fundó tras la II Guerra Mundial con la finalidad de preservar la seguridad y la paz internacionales, fomentar los lazos de fraternidad entre las naciones, solucionar los problemas internacionales en vía de una armonía entre los pueblos, preservar la protección y cuidados del niño antes y después de su nacimiento -todos ellos, unos elevados y loables objetivos-, sin duda ha fracasado. Los numerosos conflictos que azotan al mundo entero en este momento no han surgido espontáneamente. La ONU ha sido ocupada progresivamente por miembros pertenecientes a lobbies, lo cual se ha traducido en una creciente utilización ideológica del sistema. Con tal motivo, este organismo internacional, en vez de ocuparse de los conflictos que ahora han estallado y ante los que ya no se puede echar tierra a los ojos, ha ocupado su tiempo en difundir la cultura de la muerte (aborto, eutanasia), la ideología de género, la redefinición de familia, la implantación de un laicismo contrario a toda libertad religiosa y la intervención del Estado en la educación, entre otras acciones.

Pues bien, tras su viaje a Asia, el Papa Francisco -cuya labor no es política- le está diciendo muy diplomáticamente a los organismos internacionales que no pueden permanecer pasivos e indiferentes durante más tiempo ante las dramáticas situaciones que están padeciendo los seres humanos en el mundo. ¿Cuántas cabezas degolladas, cuántos cuerpos crucificados, cuántos niños abortados, en definitiva, cuántos mártires más tienen que aparecer en los medios de comunicación para que actúen -no para "bombardear"-, diligente, responsable y voluntariosamente para detener esta crisis de humanidad? No cometan los mismos errores que en el pasado; una vez más han llegado tarde y un Papa les está dando una lección de decencia y humanidad.