Hambre y hambruna, aunque pueden ser sinónimos, aquí las distinguiré; la primera es la sensación que se siente al no ingerir alimentos, que es desgarradora, violenta, vacía, dolorosa, punzante, abrasiva, etc. ; la segunda es la falta de alimentos -su escasez-, exigua, que conduce a no echarse suficiente comida a la boca. Esto implica desnutrirse, contraer una patología que es la antesala de la muerte. Y es tal que afecta a un importante segmento de la población mundial. Cada 7 segundos se muere un niño de hambre, de enfermedad o de guerra (365 días x 24 horas x 60 minutos x 60 segundos divididos entre 7 segundos da una cifra espeluznante).

Tratándose de niños, estos están esqueléticos y famélicos y no alcanzan o, mejor, no llegan a la edad adulta, porque el no comer lleva consigo parásitos y otros males; y les acarrea sufrir enfermedades que les priva de la vida.

Esta secuela no entiende de países, regímenes, castas, sino de estados anímicos de los que la humanidad permite, deja al azar, y no resuelve de forma fehaciente al no considerarlos como un problema acuciante que debemos resolver ya.

La situación de la que hablamos es más grave en el cono sur, pero también anida en los países desarrollados, que palían con comedores sociales, bancos de alimentos y demás; actualmente en el mundo hay capacidad alimentaria para varios años, pero lo que compete es su distribución.

Teníamos que conseguir que los países -entiéndase los gobiernos- aportaran un pequeño porcentaje del PIB para acabar con tanta penuria lacerante, criminal, insidiosa, urgente y necesaria para este menester.

Existen ONG que se decican a esto (Unicef, Médicos sin Fronteras, Cáritas, etc.). También hay ayudas que conceden minicréditos, a fin de conseguir semillas, sistemas de riego, canalización de las aguas, cultivos o cría de animales, para resolver el tema que mentamos.

No menos importancia tiene la ayuda sanitaria, que con vacunas y medicinas en general, ayudan a combatir la malaria, la enfermedad del sueño, desparasitar, el sida, la lepra -menos-, enfermedades degenerativas y otras. Esto supone hacerse con retrovirales, morfina, antibióticos o antiinflamatorios.

Morirse de hambre o enfermedad es horrible, pero los que superan este trance quedan tan débiles que les ocasiona más miseria e incertidumbre, sumiéndolos en una falsa esperanza de vida.

Todos somos culpables de alguna forma que lo dicho sea así, y no se puede concebir que estando la solución en nuestras manos, hagamos oídos sordos a tanta infamia.

La pobreza es signo de mala alimentación, pero no podemos nutrir a la humanidad con bazofia, sino con una dieta energética y equilibrada donde no vale todo, es decir de nuevo calórica y rica en fibras.

El hambre y la mala salud corren paralelas, aquella es mala consejera y la otra ,difícil de curar.