La condena a la homosexualidad en el Antiguo Testamento (véase LV.18-22) indica que no era bien vista en la antigüedad, ora por no ser una práctica normal, ora porque este colectivo no tenía a su alcance mujeres; por no ser comprendidas estas relaciones antes, y no como ahora, haciendo que mucho más tarde fuese en Grecia y Roma una praxis habitual. No acierto a dar por cierto la promiscuidad de nuestros aborígenes.

Jesucristo, que es todo Amor, Sabiduría y Justicia, no apartaría a los homosexuales de la Iglesia, todo lo contrario, los atraería basándonos en su misericordia -atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas-. Ese es el Dios que conocemos, que derrocha amor a raudales.

Dios está con los gay, porque son seres creados y si el Altísimo es responsable de su existencia, también lo es de que exista una cultura gay. Más de lo mismo. Su Santidad en un viaje en reactor de vuelta de un apostolado, afirmó a preguntas de los periodistas sobre este tema: que él no era quien para condenar a los gay y que era el Señor el que tenía la última palabra (sic).

La Iglesia no perdió el norte. Todo lo contrario, no estamos desangelados, es más, pudiéramos asistir a profundos cambios: como el mensaje misógino de la encíclica Ordinatio Sacerdotalis (1994), en la que se condena el sacerdocio femenino. Otro tanto ocurre con el celibato sacerdotal, por el que no se admiten curas casados -más de 5.000, que de reconocerlos volverían en su mayor parte a la Iglesia activa-, estando el culto más atendido.

No menos ha provocado con todo eso, una gran polémica la posición negativa a la instrucción frente a la llamada "Teología de la Liberación". Estas y otras manifestaciones requieren no queriendo una quimera, de un mensaje conciliador, realista, acorde con los tiempos que nos toca vivir.

Por lo tanto la Iglesia debe ser y estar abierta a todos, y suponer que no dista del Concilio Vaticano II; etapa en la que el pontífice Juan XXIII le dio un impulso nuevo, creador y renovador.

Hoy en cambio -así lo parece- asistimos a una apertura de posturas y decisiones democráticas de mano del Papa Francisco, al que profesamos un singular y especial reconocimiento para calmar nuestra sed de espiritualidad, justicia y amor. Lo correcto sería que el Vaticano llamase al orden: a los tiranos, a los libertinos, los ricos... Y que acoja a los disidentes iniciando la reconciliación. Si no estaríamos a merced del ángel impío. Luchemos por la verdad y la comprensión de lo dicho.

"La savia es a la primavera como la nutrición es a la mente"