Puedo asegurar que cuando tengo que opinar sobre alguna persona procuro hacerlo con el máximo respeto y no solo por un ejercicio de buena educación, sino también porque asumo plenamente que nadie está en posesión de la verdad absoluta.

Sentada esta premisa no es fácil comentar acciones y actitudes de personajes tan singulares como el Dr. Cabezas. Y es el caso de que D. Alfonso, del que ya nos habíamos olvidado tras un largo paréntesis en ignorado paradero para el común de los mortales, reaparece en los medios de comunicación asumiendo su sempiterno rol de populachero showman y ratificando -en este caso desafortunadamente- que genio y figura hasta la sepultura.

En una mirada retrospectiva, no osaré juzgar su trayectoria profesional como médico forense o como director del madrileño hospital de La Paz, en el que durante su mandato se dio un airado episodio relacionado con el robo de bebés, propiciando que el Dr. Cabezas al tener que testificar nos dejase vocingleras perlas tan "sui generis" como "joder, por este sistema violan a Isabel II en 1898 y también tendré la culpa yo".

Siguiendo mirando atrás recordemos que el cenit que su popularidad la alcanzó en la presidencia del Atlético de Madrid, en una etapa en que el club colchonero destacó más por los escándalos que por los éxitos deportivos, ya que las declaraciones de su irrepetible presidente en relación a la Federación Española de Fútbol y al gremio arbitral acarrearon a D. Alfonso una suspensión de tres meses y, posteriormente, otra del comité de competición por dieciséis meses, que conllevó su cese en el club que con él fue más pupas que nunca.

También quiso hacer una incursión en la vida política como candidato a la presidencia de la Comunidad Autonómica de Madrid; pero entró con mal pie, pese a presentarse al amparo de las siglas PIE (Partido de Independientes de España) y su amago se derritió como un terrón de azúcar en un vaso de agua.

Pinceladas para el telón de fondo de ese perínclito personaje que ahora reaparece con una sarta de descalificaciones y opinando que Rajoy y Rubalcaba debían estar con un cubo y una brocha pintando desde Madrid a Barcelona, aunque parece ser que sin aclarar por donde y para qué. Pero no ha sido esta boutade la que motivó mi enojo y decisión de escribir estas líneas, sino la astracanada de su aparición en un conocido programa televisivo en el que no dejó títere con cabeza, despotricando a gusto contra el Gobierno, Justicia, Economía, Convivencia y un largo etc y, eso sí, sin aportar ningún tipo de solución a los males que denunciaba. Mi impresión es que los contertulios se divertían -o se escandalizaban- como si asistieran a una humorística bufonada; pero el beneficioso efecto del humor no puede indultar acciones intolerables que es preciso denunciar.

Me refiero expresamente a su desfachatez asegurando que Rajoy es tonto. No, Dr. Cabezas, no, usted puede criticarle hasta por el color de la corbata que luce, pero no puede considerar tonto a quien ha culminado brillantemente una carrera universitaria, ha superado exigentes oposiciones y desempeñado cargos de la máxima responsabilidad. Y menos aún que para ubicarlo en tal categoría cometa la infamia de inventar una dicotomía diciendo que hay algunos gallegos listos, pero que la mitad somos tontos en grado sumo.

No. Dr. Cabezas, no. Ni es así, ni usted puede utilizar un deleznable derecho de pernada para juzgar a los demás. Tenga en cuenta que al considerar tonto a un presidente elegido democráticamente no solo ofende al vituperado, sino que ofende a la España que representa. Y en cuanto a ese 50% de gallegos que, según usted, somos tontos de capirote, puedo asegurarle que aunque Galicia como en todas partes se cuecen habas, adorando a esta bella parcela de nuestro país, nos sentimos orgullosos de ser gallegos -y por ello españoles- y que, históricamente, hemos dado sobradas muestras de ingenio, cultura, trabajo y solidaridad.

D. Alfonso, la libertad tiene unos límites que si se rebasan la convierten en libertinaje y a este canon ha de someterse el derecho de opinión. El de usted. también y por ello le repito que no, Dr. Cabezas, no, usted no tiene patente de corso para sentenciar descalificaciones tan intolerables como erróneas.