Sucedió en Bamio, una parroquia de Vilagarcía de Arousa. Un vecino quiso recordar a su abuelo a través de un funeral y el párroco le pidió 250 euros. Como le parecía una cantidad muy exagerada, le pidió explicaciones.

El buen cura le respondió que el funeral sería oficiado por cuatro sacerdotes y que el toque de las campanas tiene un precio de 50 euros. Para rebajar unos euros el vecino le dijo que el funeral podía ser celebrado por dos curas, pero la contestación del párroco fue un no, además el acto religioso tendría que ser corto, pues más tarde tendría que estar en otra parroquia.

A la hora de pagar, seguramente pagó por adelantado, así los curas evitan los pufos de las iglesias, le pidió un recibo o justificante, pero el buen cura no se lo quiso dar.

Nos damos cuenta que la Iglesia no es una empresa comercial, esta se rige por la confianza y la fe en Dios.

Pero nos imaginamos el contenido del recibo: cuatro sacerdotes, las campanadas 50 euros, el sacristán, velas, incienso, electricidad, el cuerpo de Dios en partículas, su sangre en vino sagrado más el mantenimiento de la iglesia.

Si el abuelo se entera que su nieto tuvo que pagar 250 euros al cura para ser recordado, le mandaría desde el cielo una docena de carallos.

Creo que su abuelo sería mucho más feliz viendo a toda la familia ocupando una gran mesa, recordando sus anécdotas y disfrutando del cuerpo de un cabrito, pan de la comarca y vino del cosechero en una gran cena por menos de los 250 euros. Hoy los curas escasean por eso, son muy caros y aún no comprendemos como uno pudo reunir a cuatro en el funeral de Bamio.