La primera vez que voté lo hice acompañado de mi padre. Fue en el colegio que había estudiado hasta entrar en el bachillerato. Un colegio en el que unos cuantos esbirros del régimen repartían leña a mansalva y, más que formar, intentaban deformar nuestros cerebros. Un lugar en el que desde muy pequeño tenía que venerar la foto de un dictador y, poco más tarde, la de su hijo adoptivo. Recuerdo aquel patio y las heladas mañanas de invierno, en formación, cantando el himno preconstitucional que por desgracia no logro olvidar. También me vienen a la memoria los cantos a María, los rezos y las visitas obligadas a la iglesia.

Quizás esa es la razón por la que sigo votando, aunque mis votos anteriores no hayan servido para nada.