Siempre me he planteado la utilidad de los programas de opinión, porque son meros instrumentos para fomentar el altercado, la disputa, el combate y lo que es peor la falta de diálogo. El hombre demuestra que no es un animal gracias a su capacidad de argumentar, pensar y dialogar. Estos debates son estériles porque no plantean jamás ese diálogo necesario entre los seres humanos. Por el contrario, en estos encuentros de cuadrilátero el otro deja de existir, porque las ideas son inamovibles como los gobiernos. No se enseña a escuchar, a ponerse en el lugar del otro, incluso a admitir opiniones diferentes.

La televisión y la radio, en una decadencia moral sin precedentes, se dedica a contratar entre sus filas a personas que bajo el calificativo de "expertos", de "periodistas" muestran la cara más incívica, más atroz del ser humano. El comportamiento de algunos es tan inaceptable, tan torticero que permite imaginar porque han existido y existen las guerras. El opinar diferente no es un motivo para odiar, para desacreditar o humillar al otro. El defender una idea no nos ensalza o hace superiores a los demás, en cualquier caso, sería nuestro comportamiento ejemplar el que nos diferenciaría. Cabe recordar que los pasados siglos y la propia historia de la humanidad ha estado protagonizada por personas tentadas a defender una única manera de pensar, personas que negaban la existencia de otra realidad que no fuera la oficial o, lo que es peor, personas dispuestas a eliminar todo aquello o a todos aquellos que les resultaban incómodos o diferentes.

Hay que realizar un gran esfuerzo para no caer en dogmatismos, porque en muchos casos la escuela no nos educa para ser personas decentes o para cuestionar la autoridad, por eso este tipo de debates me parecen perniciosos.

Pero, sobre todo, lo que deseo denunciar es a aquellos medios de comunicación que están contribuyendo, en connivencia con el poder, a crear ciudadanos dóciles, estúpidos y fanáticos, en lugar de ciudadanos libres y críticos