Mientras disparaba contra el policía recordó el café que compartían todas las mañanas en el bar. Es cierto que el país atravesaba por momentos realmente difíciles, y la manifestación había degenerado en disturbios violentos. Pero aquellas balas, lejos de ser un grito de esperanza, enmudecieron la vida del agente, que ya nunca pudo volver a levantarse. La democracia había perdido dos veces aquella noche.

En su huida, el hombre contempló a los niños asomándose a los balcones. Sabía que uno de ellos no desayunaría de nuevo con su padre, que aquel servicio había sido el último. Estaba convencido de que había contribuido a cambiar las cosas. Pero no sería así, solo había creado un paréntesis que se llenó con lágrimas. Una rabia acumulada que no se llevó el viento. Un resentimiento que le acompañaría durante su estancia en prisión.

Pasarían los años, volvería a aquel bar. Esa tarde había organizada una gran marcha a la que tenía pensado asistir. Al final de la barra se encontraba el hijo de aquella victoria que el hombre aún consideraba suya. Permaneció inmóvil mientras este se levantaba y se dirigía a la manifestación. Se apresuró y le preguntó -¿Qué haces aquí?, el chico le respondió -Luchar por lo mismo que luchabas tú antes de olvidarlo.