En los tiempos que corren decir que no tienes Facebook es sinónimo de ser un bicho raro, un friki de los de antaño vamos, como ese compañero de clases que a la hora del recreo permanecía en el colegio escuchando música con su walkman y jugando a la Game Boy mientras los demás correteábamos en el patio detrás de la pelota. Cómo han cambiado los tiempos pero, qué narices, a quién no le gusta acercarse a la puerta y observar por la mirilla sin ser visto cuando sabes que tu vecino trae a un nuevo ligue a enseñarle su piso... y cómo será ésta, rubia, morena... nos puede la curiosidad, ansia viva.

Yo sigo sin tener Facebook, me considero raro, la verdad y a veces me siento como debió sentirse Jake Sully cuando pisó por primera vez el universo de Pandora pero, qué demonios, a quién no le gusta mirar las fotos de ese vecino con las rubias y con las morenas, ese vecino que no te saluda por la mañana, que cree que mantiene su anonimato y su vida casi hermética y tú, con solo mirarle el nombre en el buzón en un afán expiatorio, tratando de emular al mismísimo agente 007, ya consigues saber tanto o más que ese familiar con el que no se habla.

Sigo sin tener Facebook, somos un grupo reducido, friki quizás pero siempre nos quedará la mirilla, y si no que se lo digan a la vieja del visillo.