Ciertamente que en estos tiempos echamos de menos obras públicas, pero, viendo algunas de las ya existentes, casi deberíamos alegrarnos de que no haya más.

Tuve ocasión de circular por el carril bici Vigo-Baiona y puedo desanimar a cualquier ciclista que todavía no lo haya utilizado, añadiendo que es menos peligroso circular por el carril de los vehículos de motor.

A la estrechez en algunos tramos, que lo convierten en algo ridículo, habría que añadir la maleza que lo va invadiendo poco a poco (veremos cómo queda dentro de unos meses), con peligrosísimas ramas de zarza a la altura de la cara o las piernas. Continuamos con las piezas que separan el carril bici del resto de la calzada, que ya son un peligro en sí mismas por su tamaño. A esta lista añadiremos los contenedores de basura, que será preciso esquivar para no llevárselos por delante. Pero lo que nos hará llevar la cabeza baja, para evitar caídas de consecuencias lamentables, es la altura de algunas rejillas de desagüe, que nadie se ha molestado en igualar al nivel del asfalto. Algunas tienen tal profundidad, que meter la rueda en uno de esos agujeros provocará un accidente que bien podría suponer el vuelco de la bicicleta hacia el frente, al quedar la rueda delantera atrapada.

Resumiendo: es tal el número de peligros que acechan al ciclista confiado, que es mucho más seguro ignorar el carril, y jugársela entre turismos y autobuses (que, por cierto, adelantan a uno a velocidad suicida, creando una corriente de aire que puede dar con los huesos en el suelo, también).

Vamos, ir hasta Baiona en bicicleta, por la costa, supone jugársela vaya por donde se vaya. Lo único digno de confianza es el tramo de A Ramallosa, todo un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas: ancho, seguro y bien delimitado. Lástima que no haya cundido el ejemplo.