Se ha dicho que quien siembra actos recoge hábitos y quien siembra hábitos cosecha su propio carácter, y así sabemos que la adquisición de hábitos tiene una gran importancia educativa, ya que a base de repetir los mismos actos, vamos tejiendo el propio estilo de conducta, nuestro modo de ser y cualquier profesional de la enseñanza sabe que un acto aislado no es un modo de ser. Pero su repetición puede lograrlo, porque toda repetición supone fuerza de voluntad; aunque la voluntad tenga actualmente mala prensa, ya que solo se valora la libertad, pero resulta que de la libertad sin voluntad resulta un divorcio nada recomendable. De ahí que si los hábitos positivos no arraigan pronto, la personalidad queda a merced de la ley del gusto.

El entrenamiento de la voluntad supone esfuerzo y sacrificio ya que hay que negarse o vencerse en los gustos y en las inclinaciones, lo cual es difícil pero también gratificante. Y esto es lo que hay que destacarle a los niños para guiarlos y enseñarlos, ya que en la tarea educativa interesan los valores. Pero más las virtudes porque estas son la encarnación de aquellas. De ahí la importancia de la buena educación, ya que está en juego la persona, su futuro, su vida lograda o malograda.