Muchos de los que nos sentamos en los confortables sillones en tono limón del Centro de Innovación de la Ciudad de la Cultura no conocíamos a Clarice Lispector. La profesora Elena Losada, que la tradujo hasta en quince ocasiones, nos incitó a leer sus escritos.

Por su doble condición de mujer y judía estaba encaminada a la acosmia, es decir, a no poder intervenir en el mundo. Y lo cierto es que en toda su obra no hay ni una alusión a los juicios de Nuremberg. Ante el horror solo queda el silencio.

En su obra no hay nada banal, cualquier nimiedad puede provocar una epifanía o una catástrofe. Su gusto por lo trivial se degusta en el cuento "Desesperación y desenlace a las tres de la tarde". Reflexiona sobre los límites de la palabra, a veces incapaz de trasmitir tantos significados y emociones. Escogió deliberadamente un lenguaje escuálido.

Ya en su primera narración, "Cerca del Corazón Salvaje", rompe los patrones de la vanguardia brasileña. Construye una novela urbana, lejos de las plantaciones de azúcar, basada en un monólogo interior y con una perspectiva contemporánea e inteligente.

Escribe "La pasión según G.H." en un contexto vital complicado tras divorciarse de su marido y descubrir que su hijo mayor padece esquizofrenia. La escena de la mujer viendo agonizar a una cucaracha tropical hasta acabar comiéndosela es de lo más kafkiano.

"La hora de la estrella" es literatura de cordel. Un folletín muy fácil de leer.Vivimos en un absurdo existencial y hay de contentarse con pequeños placeres como comer un dulce de guayaba. Macabea, la protagonista, es "como café frío, como un pelo en la sopa".

Lispector apenas reconoce leer a Hermann Hesse y a Dostoyevski pero nunca a Sartre. Una pose que se ha interpretado como una estrategia del débil. Siempre le incomodó que la juzgaran como feminista militante pero se convirtió en icono tras su óbito en 1977. Hoy es la tercera pluma carioca más traducida tras Paulo Coelho y Jorge Amado.