Este vino es muy popular. No por que Cambados cuide y mime la escultura de don Manuel Fraga; es que está muy de moda, pues hasta los socialistas lo beben.

Las laderas de los montes de la provincia de Pontevedra son muy apreciadas; aquí todos los años se talan cientos de árboles para dar paso a la viticultura, pues este vino está en la mente de los jóvenes empresarios. De seguir esta tendencia, dentro de varios años habrá más bodegas de Albariño que bateas de mejillón.

Por la falta de nombres antiguos de dominios y tradición, los jóvenes inversores se ven obligados a buscar inspiración para sus etiquetas, en algún lugar de la comarca y vemos nombres exóticos galegos como Monte do Ceo, Torre Fornelos, María Bargiela, Veiga de Arabo, Pedralonga, O´piorno, Lágrima de Lobeira, Fonte do Ouro y otros muchos más.

Pero, ¿es el nombre de un vino un argumento muy importante para que el cliente lo pueda comprar? Creemos que no. Un caldo que lleve el nombre de la suegra del bodeguero o el nombre de un recuncho, no venderá más botellas. Puede que el nombre del vino signifique mucho para los bodegueros, pero para el consumidor no es interesante. Al consumidor le interesa más la información sobre el contenido de la botella y, si es biológico, mucho mejor.

En el Mercat de Amsterdam, una copia del mercado de la Boquería de Barcelona, podemos regar unas tapas o un solomillo ibérico con un albariño a razón de 5,50 euros la copa generosa.

Esperamos que el albariño no se convierta en un vino de batea.