Cuando el Estado se mete en cuestiones familiares, hay que echarse a temblar porque el hogar es el santuario de la intimidad personal. Aunque hay países con tradición en prestaciones familiares, como Francia, que contribuye a que el país esté a la cabeza de la natalidad europea, por eso aquí preocupa la inestabilidad familiar, ante el creciente número de divorcios, el incremento de familiares monoparentales o recompuestas, con el impacto de todo esto en la vida de los hijos y de la sociedad en general, de ahí que los políticos tendrían que considerar cómo favorecer la estabilidad del matrimonio, ya que uno de los contrastes de la familia duradera, con la monoparental o recompuesta, es un excesivo coste social y motivo de empobrecimiento para todos.

Revalorizar la institución del matrimonio, el mantenimiento de las diferencias reales, también como fundamento de derechos entre matrimonio, parejas y concubinato, y beneficios fiscales para los casados y el desarrollo de una política de apoyo para las uniones estables, sería una auténtica política familiar, que ayudaría a fomentar la natalidad, ya que la familia no solo es considerada elemento fundamental de felicidad y bienestar, sino paraguas protector durante las dificultades de cualquier tipo.